El artista alemán Thomas Peschack se embarcó en una aventura sin precedentes: documentar el curso completo del río Amazonas, desde los Andes hasta el Atlántico, en un viaje de 396 días impulsado por el programa Rolex Perpetual Planet.
Cuando pisó por primera vez la selva amazónica, lo único que pensó fue: “¿Qué hace aquí un fotógrafo marino?”. Su primera incursión en el entorno fue tan breve como impactante: en tan solo cinco minutos, un enjambre de abejas puso en peligro al grupo, obligándolos a retirarse. Este fue solo el inicio de una expedición repleta de desafíos, donde Peschack asumió un reto monumental: recorrer más de 6.400 kilómetros del río más caudaloso del mundo para documentar el impacto de la actividad humana y el cambio climático.
“La calidad de una fotografía depende directamente del esfuerzo e incomodidad que implica capturarla”, explica Peschack en una charla virtual sobre su proyecto. Después de dos décadas trabajando en los océanos para National Geographic, se consideraba más cómodo en el agua que caminando por una ciudad. Pero una cifra cambió su perspectiva: 434, el número de barreras artificiales que bloquean el flujo del Amazonas y alteran su ecosistema. Ese dato lo convenció de dejar su zona de confort y dedicar más de un año a documentar los problemas que aquejan al río y su entorno.
Una expedición meticulosamente planeada
Antes de comenzar, Peschack se preparó exhaustivamente: leyó cientos de libros y miles de artículos científicos. En el Amazonas, no había margen para el error: “El tiempo era oro. Dedicar toda mi energía a sobrevivir significaba que solo un 10% podía usarlo para fotografiar”, confiesa.
La travesía inició en los Andes, a más de 6.000 metros de altura, donde acompañó a un equipo científico que instaló estaciones meteorológicas para monitorear el impacto del cambio climático en las fuentes de agua que alimentan al río. Desde allí siguió el curso natural del Amazonas, atravesando paisajes y culturas diversas. En Bolivia, convivió con comunidades indígenas del Parque Nacional Isiboro-Sécure, aprendiendo de su profundo conocimiento sobre el ecosistema. Con la ayuda de helicópteros, accedió a zonas remotas que nunca antes habían sido exploradas, donde pudo fotografiar el rico sistema animal que depende del río.
Delfines rosados y otros desafíos
Uno de los momentos más difíciles de la expedición fue documentar a los legendarios delfines rosados, una especie en peligro de extinción considerada por las comunidades indígenas como guardianes espirituales del río. Para capturarlos en su hábitat, Peschack tuvo que descender a los bosques inundados, un ecosistema donde el nivel del agua puede variar hasta 12 metros según la temporada. Acompañado por veterinarios que estudian a estos cetáceos, Peschack desarrolló una paciencia extraordinaria para conseguir la imagen perfecta. “En este trabajo, la paciencia siempre supera a la imprudencia”, reflexiona.
Sus fotografías no solo retratan la majestuosidad de los delfines, sino también los esfuerzos científicos por analizar los efectos de la contaminación en su salud. “La salud de los delfines refleja la salud del río”, resume el fotógrafo.
Un final agridulce
La travesía concluyó en las costas del Caribe, donde Peschack volvió a su entorno habitual: el océano. Sin embargo, allí también documentó el impacto devastador de la actividad humana, desde el vertido de sedimentos contaminantes hasta la intoxicación de aves por metales pesados. Este viaje épico quedó inmortalizado en un especial de National Geographic y el documental Expedición al Amazonas, disponible en Disney+.
Una pregunta que persiste
Desde su regreso, una inquietud sigue rondando su mente: “¿Logrará este trabajo generar conciencia sobre un ecosistema tan olvidado?”. Para amplificar las voces locales, Peschack entregó algunas de sus cámaras a activistas de la región, esperando que su perspectiva ayude a visibilizar las problemáticas del Amazonas. Sin embargo, la verdadera respuesta solo llegará con el tiempo.